Es increíble la naturaleza humana. Me atrevo a decir que muchas cosas que queremos que ocurran o deseamos que pasen, en algún momento de nuestra existencia, simplemente pasan. No de la misma manera como la soñamos, salvo que sea un paraíso natural, donde la mano del hombre no perturba su esencia.
De niño en el colegio, tuve que realizar un trabajo de investigación acerca de Rusia: Estilo de vida, política, geografía, algo de historia contemporánea, en pocas palabras, el típico tipo de trabajo de colegio que todos alguna vez tuvimos que hacer.
Lo primero que pensé fue: ¡guao!, me tocó un gran país. Y Era cierto. Con mi padre, que me sirvió de guía en casi todos los aspectos de la vida, y en esta oportunidad de chofer, llegamos hasta la Embajada-Consulado General de URSS, y su ubicación en Caracas, detrás del quinto pino, un poco a la derecha (pensamiento del momento: siendo URSS un estado comunista, dicha Embajada se encontraba en una de las zonas más exclusivas de la capital de la extinta República de Venezuela. Me imagino que en muchas ciudades del mundo se presentará la misma condición).
Por otra parte, mi primera visita a una oficina de alguien no conocido, además de ser la oficina de una de las principales potencias mundiales, dictando un discursillo infantil con la importancia del trabajo que iba a realizar. En pocas palabras, “Voy a hablar de SU País en mi salón de clases”. Me sentía el niño más grande sobre la faz de la tierra.
El trato fue muy amable y cortés. Nos dieron información sobre Rusia y otras repúblicas soviéticas. Unos pequeños libros que abarcaban casi toda la información que podía necesitar, y salimos con una caja pequeña llena de libros y folletos, más felices que cualquiera, y con medio trabajo hecho.
Quizás fue la visita, que para mí, ya era impresionante, la atención recibida y/o la información recabada en los libros, con sus fotos (típicas fotos propagandísticas que la mente de un niño aun no digieren), lo cierto es, que desde niño, sentía un cierto agrado por Rusia y el deseo de conocer tan enigmático país. Más razones a sumar: Ballet Folclórico Berioska, la música rusa, alegre, melancólica en demasía que llega al alma (nada raro para un melómano como yo).
Han pasado muchos años desde mi primer contacto con este gran país. Han pasado muchas cosas: Boicots olímpicos, Gorbachov, Perestroika, Chernobil, caída de la cortina de hierro, realidad de un país, hambre, miseria, mafias…
Volviendo al origen de mi relato después de esta narrativa, mi viaje a Rusia, mi querida Rusia, ya la poseo en mis ojos, en mi mente, en mi corazón. El tan ansiado viaje, el disfrute de su gente, su arquitectura, etc. se convirtió en más que eso. Se convirtió en un viaje de análisis y crítica. La gente, la tan simpática gente (de la embajada), no es la realidad del común ruso, y mucho menos del siberiano. Frío, seco, poco educado. La arquitectura, básica, simple y práctica, notablemente soviética, y aún hoy día se conserva este modelo arquitectónico.
Existen dos Rusia’s: la Rusia Oeste (Montes Urales a la izquierda), y la Rusia Este (Montes Urales a la derecha). La Rusia Oeste, o sea, la europea, la cual se proyecta hacia una modernización relativamente rápida, básicamente apoyada por sus fronteras europeas, y la Rusia Este, la cual a mi punto de vista, continua siendo Unión Soviética; la mentalidad de la gente, la forma de manejar los procesos, la arquitectura actual por mencionar algunas de las características que pueden ser comparativas con países europeos del segundo mundo. Cómo escribí antes, mi sueño bonito, hoy una realidad cruda. El mundo de la fantasía infantil se pierde en nuestro camino de vida, y las realidades nos hacen llegar a ella de una forma drástica, diferente, y muchas veces, triste o polémica.
Hoy estoy aquí, en mi sueño convertido en realidad, trabajándolo, disfrutándolo, sufriéndolo, gozándolo, y mas que un sueño, es la vida misma y su eterna pelea por seguir adelante.
Analiza algún sueño infantil de carácter real, y seguro que se ha convertido en una realidad (o algo parecido)…